Publicado en:
PÉREZ GONZÁLEZ, Silvia María y BAREA
RODRÍGUEZ, Manuel Antonio (eds.) y MIURA ANDRADES, José María (coord..): De las cepas a las copas: El vino en Jerez
desde la Edad Media hasta nuestros días. Asociación Jerezana de Amigos del
Archivo. Jerez de la Frontera, 2020, pp. 103-118, ISBN 978-84-948336-8-7.
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Resumen: Como
resultado de la bonanza económica que trae consigo el florecimiento de la
industria vinatera en Jerez de la Frontera durante el último tercio del siglo
XVIII, se va a desarrollar una interesante arquitectura doméstica. En este
artículo documentamos algunas de las casas construidas por los sectores más acomodados
de la sociedad local en torno a la década de los setenta de dicho siglo.
Palabras clave:
siglo XVIII, Jerez de la Frontera, arquitectura doméstica, vino de Jerez
Abstract: The prosperity of the wine industry in Jerez
de la Frontera in the last third of the 18th century resulted in an interesting
domestic architecture. In this article we document some houses which were built
by the most wealthy sectors of the local society over the 1770s.
Key words: 18th century, Jerez de la Frontera, domestic
architecture, Sherry wine
La década de los setenta del
siglo XVIII fue un periodo relevante para el desarrollo de la industria del vino
de Jerez. Fueron años que suponen una transición desde el Antiguo Régimen al
capitalismo a través del duro enfrentamiento por el control del mercado entre la
oligarquía cosechera y la burguesía vinatera exportadora. Esto se materializó
en el pleito que lidera Juan Haurie contra el Gremio de la Vinatería con el
objetivo de liberalizar el sector y que se inicia en 1772. Apoyando a Haurie,
personajes como Antonio Cabezas, Francisco Romano de Mendoza o Juan de Menchaca.
En contra, la vieja nobleza local.
En este ambiente, tenso pero de evidente bonanza económica, se produce una
interesante actividad constructiva en relación a la arquitectura doméstica ligada
a las clases acaudaladas jerezanas, que parecen en este terreno artístico también
competir entre ellas. De esta manera, si en 1772 las grandes casas de dos ricos
nobles de la ciudad, el Marqués de Villapanés y
Juan Dávila Mirabal, estaban en vías de
finalización, ese mismo año comienza Haurie a plantear el comienzo de las obras
de la suya y en 1773 Cabezas pide terreno al Ayuntamiento para levantar su vivienda
en el antiguo Llano de San Sebastián. Junto a los ostentosos palacios de
Villapanés, Bertemati y Domecq y la más funcional vivienda de Haurie, otras
casas representativas del XVIII jerezano se levantan en torno a estas mismas fechas.
Son las situadas en calle Corredera nº 35 por el labrador Francisco de Celis
(1771), en Porvera nº 52 por el labrador y jurado Alonso Sánchez Triano (1773), en
plaza Rafael Rivero nº 3 por el canónigo Antonio de Menchaca (1777) o la
desaparecida de la esquina de calle Corredera con plaza de las Angustias por el
labrador Diego José de Vargas y su viuda Micaela de Fontanilla (1774-1777). Al
mismo tiempo, viejas casas de la nobleza son intensamente reformadas para
adaptarlas a esta tendencia estética. Son los casos de los palacios de Carrizosa
y Pemartín, transformados entre 1772 y 1775 por Rosa María Adorno y entre 1773
y 1776 por Agustín Pío de Villavicencio,
respectivamente.
Todo esto permite situar en los
años setenta del siglo XVIII una verdadera etapa dorada de la arquitectura
civil barroca jerezana. De hecho, nos encontramos ante un fenómeno
arquitectónico con unas características formales y un marco cronológico muy
concretos. La interesante unidad estilística que conforman puede explicarse, en
parte, como hemos adelantado, por las ansias de emulación entre los distintos
propietarios de estos edificios. No obstante, a ello tenemos que añadir que nos
consta la existencia de estrechos contactos e incluso de lazos familiares entre
ellos que también pudieron influir en un trasvase de ideas y artistas. Además, no
es menos importante el hecho de que sean unos pocos arquitectos los que estén
detrás de las principales construcciones. En este sentido, se dio la oportuna
circunstancia de que la ciudad contara en esos años con la presencia de unos maestros
capacitados para abordar exitosamente este tipo de trabajos. Y entre todos
ellos hay dos figuras que parecen sobresalir en este contexto, Juan Díaz de la
Guerra y Juan de Bargas.
La documentación demuestra que los
dos llegaron a alcanzar una gran fama en este periodo, recibiendo ambos buena
parte de los mejores encargos. De Juan Díaz es del que más trabajos
documentados nos han llegado, probándose su intervención en los palacios de
Domecq, Villapanés y Carrizosa, este último gracias a las investigaciones
contenidas en este estudio. Además, por afinidad formal se le pueden atribuir otras
edificaciones contemporáneas, como la antigua casa de Antonio José de Menchaca
en la plaza Rafael Rivero y la desaparecida de los Vargas de Fontanilla en la
plaza de las Angustias. Esto lo sitúa en una posición preeminente entre los
arquitectos jerezanos dedicados a la arquitectura doméstica. En cuanto a Juan
de Bargas, por ahora, sólo está confirmada su autoría sobre una obra tan destacada
como es el palacio Bertemati, pudiéndosele atribuir igualmente la autoría de la
antigua casa de Francisco de Celis en la calle Corredera debido a su relación
estilística con el anterior. No obstante, nos quedan más testimonios de su
labor de director de la construcción o reforma de viviendas en Jerez y, lo que
es aún más llamativo, en otras localidades cercanas. Está probado, así, uno de
estos trabajos en la ciudad de Cádiz y
puede llegar a suponerse otros para El Puerto de Santa María. En este sentido,
en 1778 Bargas firma en Jerez una escritura por la cual se obligaba a pagar
cierta deuda a una compañía mercantil gaditana por la “madera que he sacado de sus almacenes para distintas obras que he
tenido a mi cargo en la ciudad del Puerto y en esta”. Esta
noticia, además de confirmar que la fama de Juan de Bargas excedía los límites
jerezanos, abre nuevas vías de investigación sobre la aún desconocida obra del
arquitecto en una ciudad como El Puerto, con una rica arquitectura civil que,
en algunos casos, posee evidentes conexiones estéticas con la jerezana de la
época.
1.
Las viviendas de los grandes bodegueros
Indudablemente, el ejemplo más
importante y elocuente de toda la serie de casas levantadas en Jerez en torno a
la década de los setenta del siglo XVIII es el del conocido en la actualidad
como Palacio Domecq, que fue construido para Antonio Cabezas de Aranda, Marqués
de Montana. Sobre este destacado edificio ya tuvimos la oportunidad de escribir
un artículo hace unos años, donde documentamos diferentes detalles sobre su
construcción, como la intervención en ella del arquitecto Juan Díaz de la
Guerra.
Es por ello que no nos vamos a extender hablando
sobre esta casa en este trabajo, sino que sólo mencionaremos los datos de mayor
relieve.
La atrayente personalidad de
Cabezas de Aranda es un paradigma de la complejidad y ambigüedad de la sociedad
jerezana del momento. Por
un lado, fue propietario de la más antigua compañía exportadora de vino de
Jerez, “CZ”, y como tal fue uno de los más firmes defensores de la
liberalización de la producción y comercialización vinatera, como ya hemos
indicado. Pero, por otro lado, sus
inquietudes nobiliarias le llevan a obtener el título de marqués por esos
mismos años, en concreto en 1775.
En este contexto, sus diversas
pretensiones fueron vistas con reticencias por la vieja oligarquía local que,
en un principio, no dudó en bloquear la concesión del terreno sobre el que se
edificaría su vivienda cuando lo solicita al cabildo municipal en 1773. Su
riqueza y
sus ansias de ascenso social quedaron materializadas en su interés por
construir una casa de grandes dimensiones en un espacio público como era el
Llano de San Sebastián, emplazado en una importante zona de entrada de la
ciudad. Tras obtener una resolución favorable a su solicitud por parte de la
Corona en 1774, pudo finalmente crear una suntuosa edificación que logra
reordenar su entorno urbano, dotándolo de un frente monumental que divide
escenográficamente el espacio. Todo ello a través de una fachada principal que
resulta modélica para la tipología de arquitectura doméstica que se crea en
estos años en Jerez, con sus dos cuerpos y soberado, sus cuidadas esquinas, su
gran portada central con ondulante balcón o sus característicos tejaroces de
pizarra (fig. 1).
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Fig. 1 |
Sabemos que las obras estaban en
pleno desarrollo en 1776 y que debieron de concluirse, a falta de algunos
pormenores, en 1782, cuando el marqués decide pasar a habitar su palacio. Sólo tres
años más tarde, en 1785, Antonio Cabezas muere. Su albacea, Francisco Antonio
de la Tijera, se encargó de hacer los pagos pendientes por la obra, entre ellos
al arquitecto Juan Díaz como encargado de “la
construccion de las cassas prinzipales”. Por último, en 1786 el edificio
fue valorado en la extraordinaria cantidad de 1.144.867 reales.
Pero si la casa-palacio de
Antonio Cabezas supone el culmen de un modelo representativo de estos años en
la ciudad, la vivienda de otro importante impulsor de la industria bodeguera de
este momento, el francés Juan Haurie, responde a unos criterios diferentes. Nos
estamos refiriendo a la ocupada por las actuales Tornería nº 5 y San Marcos nº
1.
Haurie es una figura crucial en
el Jerez de esos años. Se ha dicho que “el
liberalismo económico y político se abrió camino en el Marco de Jerez gracias,
en buena medida, a Juan Haurie”. Su
personalidad burguesa parece reflejarse de alguna manera en su morada.
En su testamento, fechado el 18
de diciembre de 1791, Haurie manifiesta ser propietario de dos casas, “con nombre de grande y chica” en la
calle de la Tornería, heredadas de Patricio Murphy a través del testamento de
este último, otorgado en 1764. Asimismo, era propietario de otras dos en la
misma calle, la primera comprada el 11 de marzo de 1772 y la segunda el 14 de
mayo de ese año. Estas cuatro casas “se
hallan unidas y construida de ellas una sola, que se ha fabricado de nuevo y es
mi actual habitación”. La
obra, de hecho, se desarrolló durante los meses siguientes, constando que
estaba en curso a mediados del siguiente año de 1773. Esto lo sabemos porque,
curiosamente, se cita en el propio pleito contra el Gremio de Vinatería, en el
que se comenta que ciertas personas que trabajaban para Haurie fueron llamadas
por éste para que firmaran como cosecheros junto a él, citándose expresamente
entre ellos a “Juan Falcón su maestro
carpintero en la casa que estaba fabricando en la calle de la Tornería”.
Por tanto, la zona principal, con
fachada a la calle Tornería, debió de levantarse a partir de mediados de 1772.
Pero a ella se incorporan con posterioridad por la zona trasera que da a la calle
Gibraleón diferentes inmuebles comprados
entre 1785 y 1793.
Esto le permitió hacerse con buena parte de la manzana comprendida entre ambas
calles y la de Francos a lo largo de varias décadas.
En 1778 el padrón municipal
recoge en la vivienda al propio Juan Haurie “con más de cecenta años” y a ocho sobrinos (Juan José, Juan Luis,
Juan Pedro y Juan Carlos Haurie, Pedro Beigbeder, Juan Nagaroles, Pedro Lambeya
y Juan Pedro Casaubon), además de tres sirvientes, todos ellos “solteros y extranjeros”.
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Fig. 2 |
El aspecto exterior de la casa muestra
una llamativa sobriedad, comparado con el de otras que incluimos en este
estudio, siendo especialmente acusado el contraste con el palacio de Montana,
que acabamos de mencionar (fig. 2).
En su fachada principal a la calle Tornería el edificio está claramente
dividido en dos partes, cada una con su correspondiente portada, aunque
compartiendo la misma distribución en tres cuerpos separados por cornisas que
suele ser habitual en esta época, rematándose por el característico soberado.
En el cuerpo principal, correspondiente a la primera planta, ambas casas quedan
separadas por una leve y estilizada pilastra de apariencia toscana. La parte
izquierda, de mayores dimensiones, ostenta una portada más cuidada, dentro de su
sencillez. Omite cualquier decoración vegetal, así como el uso de la típica
moldura mixtilínea. El anónimo arquitecto, a cambio, ha enfatizado el
molduraje, creando una apariencia de doble enmarque y jugando con las líneas
cóncavas y convexas para conseguir un sutil efecto de movimiento y claroscuro. A
cada lado coloca sendas cabezas que sostienen los extremos del recto balcón
superior. Exhiben distintivos tocados, uno con plumas y otro con un turbante. Estamos
quizás ante una representación de Occidente y Oriente, muy a propósito para
decorar la vivienda de un comerciante dedicado a la exportación.
La casa de la derecha, a la
entrada de la calle San Marcos, parece tener un sentido más secundario, como
manifiesta su portada, de cantería llana, y colocada descentrada en su fachada. No obstante, hay
que resaltar que sobre esta zona del conjunto arquitectónico se asienta el
elemento que aporta su mayor singularidad al exterior. Se trata de una torre-mirador,
más propia del contexto mercantil de Cádiz que de Jerez, donde su presencia es
escasa.
Responde al modelo gaditano de “sillón”, ocupando el segundo cuerpo, que sirve
de remate, la mitad de la planta. Se corona por un chapitel. Cada uno de los lados
de la torre se articula mediante franjas verticales resaltadas a manera de
pilastras. Por otro lado, la esquina con la calle Gibraleón se refuerza con el
usual pilar de piedra de Gigonza con remate de arenisca, de perfil contracurvo y
acabado en dos triángulos, diseño muy similar al de las esquinas de la bodega conocida
como del Conde de los Andes, levantada por Juan Díaz en 1770.
En el interior de la casa
principal, a eje con la portada, se encuentra un curioso patio. Vemos aquí el
mismo lenguaje sobrio, aunque con detalles de interés, como la distribución
abocinada u oblicua de los arcos, que provoca a su vez la colocación girada de
los capiteles, otros arcos acabados en volutas o la aparición de nuevo de
cabezas cumpliendo la función de ménsulas. Estos pormenores nos hablan, pese a
las peculiaridades señaladas, de un tracista no muy distante de los trabajos
que en ese tiempo hacían en la ciudad arquitectos como Juan de Bargas o el
propio Juan Díaz.
Las casas de otros protagonistas
del pleito contra el gremio de la vinatería han corrido peor suerte. Es el caso
de la de Francisco Romano de Mendoza, que desapareció tristemente hace décadas.
De Romano de Mendoza nos habla
Tomás García Figueras con estas expresivas palabras: “era de origen humilde; fué ganadero, agricultor, cosechero y
exportador de vinos. La humildad de su origen fué motivo de incidentes y quejas
al ser propuesto para la vara de Alcalde de la Hermandad. Fué noble de
privilegio y se le dió la ejecutoria en 1775”.
Por tanto, nos encontramos ante un caso muy similar al de Cabezas de Aranda, un
personaje que asciende socialmente gracias a su enriquecimiento,
siendo sugestivo que obtenga un reconocimiento a su condición hidalga el mismo
año que aquél consigue el título de marqués y en fechas próximas al citado
pleito, en el que ambos se opusieron a un sector de la vieja nobleza local.
De su casa sabemos que, según García
Figueras, se situaba en el actual nº 16 de la calle Francos. Este
historiador recoge, de hecho, una interesante alusión a ella en una crónica de
la estancia en Jerez de Abulàbbas Ahmed el Gazzal, embajador del sultán de
Marruecos, en 1766. No deja de ser llamativo que en el documento se afirme que para
hospedar a este personaje fue elegida la vivienda de Romano de Mendoza por ser “una de las mejores de la ciudad, por su
hermosa estructura y famosa disposición”. Por
el inventario post-mortem de sus bienes de 1794 se constata que fue
comprada a Isabel Zarzana y Serna, mujer de Juan Ponce de León, en 1752, aclarándose
que “estas casas se labraron
introduciendo en ellas otras compradas de don Juan González Franco, que estaban
en la Plazuela que llaman de Valderrama (hoy Jaramago), y parte de otras, que en dicha Plazuela se compraron a las Pastranas”.
Queda por tanto claro que a partir de ese año fue reedificada, aunque por ahora
no tenemos datos sobre estas obras. El referido inventario la valora en 207.781
reales. Adjunta a la casa, en la misma calle Francos, poseía una bodega, que
fue comprada en fechas más tardías, en concreto, en 1781.
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Fig. 3 |
Sólo tenemos de este edificio
alguna fotografía, como la publicada por García Figueras en su artículo sobre
la embajada de El Gazzal, que reproduce un patio de cierta entidad arquitectónica
al que se abría una escalera principal de doble tiro (fig. 3), quizás antecedente de la que
más tarde levantará con gran suntuosidad el propio Antonio Cabezas. Asimismo,
se sabe que en 1770 contaba con un oratorio adornado con un retablo ejecutado
por Andrés Benítez, maestro al que Romano de Mendoza encargaría también otro
dedicado a San Juan Nepomuceno, aún conservado, para la parroquia de San Marcos.
2.
Hacia la creación de una tipología: la casa de
Francisco de Celis
Otra de las
casas más llamativas de esta época es la situada en la calle Corredera nº 35.
Hasta ahora se ignoraban las circunstancias que rodearon a su construcción. Hoy
podemos aportar que fue levantada como vivienda de Francisco de Celis y Cala
entre 1770 y 1771. Puede considerarse,
por tanto, un antecedente de obras posteriores, como el ya comentado Palacio
Domecq.
De orígenes familiares
montañeses, Celis podría representar un ejemplo de búsqueda del prestigio
social a través de la construcción de una casa de cierta suntuosidad. De otro
modo no puede entenderse, siendo como era un personaje que no alcanzaría una
gran relevancia en la sociedad jerezana de su época pues no consta que
obtuviera ningún cargo público ni título nobiliario y, además, su patrimonio,
aunque nada despreciable, se situó bastante lejos de las grandes fortunas
locales del momento. De esta manera, el total de sus bienes llegó a superar los
500.000 reales, cifra que lo sitúa
dentro del promedio de riqueza de los labradores del Jerez de aquellos años,
según la clasificación de Gonzaléz Beltrán.
De hecho, como labrador, e hidalgo, lo encontramos en el padrón municipal de
1776. Aunque
parece que no se dedicó a la producción del vino, sino, principalmente, a la
ganadería, resulta significativo que se vinculara a una familia de bodegueros
como fue la de los Rivero, a la que perteneció su segunda esposa. Del mismo
modo, constan sus contactos con el ya citado Juan Haurie, del que se declara
deudor en 1773.
Datos
fundamentales para conocer el origen de la casa en la que vivió se encuentran
en el testamento de su primera mujer, Antonia Varela y Cala, y en el inventario
realizado tras la muerte de ésta, acaecida el 27 de septiembre de 1771.
El primero de los documentos se
fecha el 14 de agosto de 1771. En esta última voluntad, al hablar de las “casas principales que son las de nuestra
morada, situadas en la collación de San Miguel calle de la Corredera”, se
apunta que esta “finca, estando mui mal
tratada, compre yo el dicho Don Francisco a Doña Rosa Sanchez muger legitima de
Fernando Farfan por escriptura de venta que otorgo a mi favor con licencia de
su marido ante Don Alonso Romero de Carrión escribano publico en tres de
Diciembre de mil setezientos sesenta y nueve; y despues de haberla comprado, la
hice demoler, y la hemos hecho construir de nueba y primorosa fabrica, que se
esta de presente continuando”.
Si la anterior escritura nos
permite establecer una cronología aproximada para el comienzo de las obras
hacia 1770, tras la compra del inmueble y el derribo de la construcción
preexistente, el posterior “inventario,
aprecio y liquidación extrajudicial” de los bienes de la difunta esposa del
dueño, otorgado el 17 de noviembre de 1771, nos va a proporcionar información
precisa sobre la terminación del edificio por esa fecha, así como sobre algunos
de los maestros que intervinieron en él.
El 5 de octubre se habían nombrado
para la tasación a los arquitectos Juan de Bargas y Domingo Mendoviña y a los
carpinteros de lo blanco Antonio Terrón y Esteban García. Advierte el documento
que en ese momento “por no hallarse perfectamente
conclusa la fabrica de estas casas, comprehendieron en el dicho aprecio la
cantidad que consideraron deveria gastarse en su perfecta conclucion”. No
obstante, en el momento de otorgar la escritura de partición la vivienda es mencionada
ya como “unas casas principales de nueva fábrica,
acabadas de construir en el día de la fecha”. Como veremos a continuación, el
término de los trabajos se había producido, en efecto, poco antes.
En este sentido, no menos
interesantes son varias partidas que se recogen entre las deudas incluidas en
este inventario. En primer lugar, constan las cantidades que se le debían a los
apreciadores, puntualizándose que “aunque
tambien asistio Antonio Terron a la misma dilixencia, no se cargan por el
trabajo de este derechos algunos por no averlos llevado mediante a ser el
maestro de la obra de las nuevas casas”. Por otro lado, se afirma que Celis
había “satisfecho nueve mil setecientos
nueve reales de vellón a las personas que se expresaran, en la conclucion de la
fabrica de las casas principales”. Estos gastos son los siguientes:
“Al Maestro Pintor por todas las Pinturas que hizo en las Puertas,
Ventanas, Balcon, rexas, corredores y portada de la calle seiscientos y
quarenta reales.
Al maestro farolero Simon de los reyes por todas las Latas, Bidrieras y mas
correspondiente a su oficio novecientos setenta y un reales.
A los albañiles, carpintero, zerrajeros y Herrero satisfizo desde el
dia treze de octubre de este año en que se empezo a continuar la obra despues
de pasados los días del Duelo hasta el trece del corriente en que se concluio
ocho mil y noventa y ocho reales”.
Francisco de Celis contraerá un
nuevo matrimonio con Josefa Rivero Beato de Rojas, hija de Pedro Agustín Rivero
e Inés Beato de Rojas en 1773. Con motivo de este enlace se firma una
declaración de capital el 16 de octubre, en la que la casa es valorada en 125.794
reales de vellón.
El 18 de junio de 1789 fallece
Francisco de Celis. El 7 de octubre se hace el inventario y partición de bienes,
siendo la casa apreciada en 126.608 reales. Por
este valor será vendida por su viuda a la familia Aranda, que fueron
propietarios de la casa en el siglo XIX. En concreto, Jerónima de los Ríos y
Gálvez, a su vez viuda de Gaspar de Aranda y Villegas, la compra el 23 de
diciembre de 1790.
En el testamento de esta última se apunta que con motivo de esta venta se
hicieron “algunas obras y reparos”
por el valor de 4.000 reales.
Hace años planteamos la
posibilidad de que el autor de esta casa fuera Juan de Bargas.
Como enseguida diremos, la relación con la producción documentada de éste es
evidente. El hecho de que aparezca en el aprecio de 1771, cuando todavía la edificación
no había acabado, es muy sugerente, ya que conocemos otros casos en los que el
maestro constructor es llamado para hacer el aprecio de su propia obra. Pero,
desgraciadamente, la documentación no aclara nada al respecto e incluso podría
llevar a poner en duda su intervención, ya que vimos que en las cuentas
relacionadas se le paga a él como apreciador, mientras que el desconocido carpintero
Terrón,
que también participa en la tasación, no recibe nada por ello, a causa de “ser el maestro de la obra”. Tal vez
podría suponerse que en la fase final de los trabajos fueron las labores de
carpintería, junto a las de pintura o cerrajería, las que centraron los
esfuerzos, por lo que fue Antonio Terrón el que quedó como responsable de la
obra. Sabemos asimismo que Bargas estaba implicado paralelamente en un proyecto
de mayores vuelos como eran las casas de Juan Dávila Mirabal, el actualmente
conocido como Palacio Bertemati, que pudo iniciarse en torno a 1768-1769 y que
aún a finales de 1772 no estaba finalizado. Al
respecto, debemos advertir que, de todas las grandes casas levantadas en Jerez
durante esos años y que forman un grupo bastante homogéneo desde el punto de
vista formal, es esta de Celis la primera en concluirse, por lo que pudo servir
de referencia para otras inmediatamente posteriores.
A la hora de analizarla, llama la
atención su escaso desarrollo exterior al contar únicamente con una sola
fachada. Al igual que ocurre con la planta, irregular y alargada, fue necesario
adaptarla a una finca preexistente. Con todo, la ausencia de esquinas o de una ancha
fachada no impide que se buscara un cierto protagonismo urbano a través de una
ubicación que no parece casual. De hecho, la casa se sitúa, centrada, frente a
un tramo de la calle Corredera que se ensancha formando una especie de plaza,
lo que permite su observación con una amplia perspectiva.
En alzado presenta una característica
distribución, de dos cuerpos y soberado, con portada central, dotada de
dinámica planta y sinuoso balcón resguardado por tejaroz de pizarra y flaqueado
por otros balcones cerrados con rejas. Es el mismo esquema que seguirán, por
ejemplo, Juan Martínez en la antigua casa de Alonso Sánchez Triano en la calle
Porvera, acabada en 1773, o Juan Díaz, de manera más monumental, en el Palacio
Domecq, cuyo proceso constructivo se inicia en 1774. Con todo, en los detalles
decorativos existe una mayor afinidad con el Palacio Bertemati. Las vistosas
repisas que sostienen los balcones laterales repiten la forma gallonada y las
mismas mensulillas que vemos en los que se abren encima de los huecos de la
entreplanta en la casa de los Dávila Mirabal. Por otro lado, la portada tiene
claros puntos de contacto con la secundaria de Bertemati, siendo muy similar el
entablamento inferior, la moldura mixtilínea que recorre el vano del balcón o
las volutas que sirven de coronación del segundo cuerpo, cuyo diseño remite del
mismo modo a otra obra posterior de Bargas, la espadaña de la parroquia de San
Marcos (1774).
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Fig. 4 |
Finalmente, merece destacarse el
dato aportado por la documentación sobre la aplicación de pintura sobre la
portada, lo que puede interpretarse como un uso de policromía sobre ella, de la
que carece hoy pero que podía observarse en viejas fotografías (fig. 4). Por el contrario, en la
actualidad lo que es perceptible es, de hecho, el lamentable deterioro de los
motivos ornamentales esculpidos en relieve en esta portada. No olvidemos que la
policromía se empleaba no sólo con un sentido estético, sino también de
protección debido a la gran porosidad de la propia piedra. Un recurso que, por
cierto, permite conectar esta casa de nuevo con la de Dávila Mirabal, ya que su
portada principal hacía uso también de la policromía.
3.
La consolidación de un modelo: las casas de Antonio
José de Menchaca y la familia Carrizosa
Es de sobra conocido que la
familia Rivero estuvo ya en el siglo XIX vinculada con otra relevante casa del
periodo que estudiamos, la de la plaza Rafael Rivero nº 3. Su promotor fue el
canónigo Antonio José de Menchaca y Triano, ligado a su vez al mundo del vino a
través de su tío Juan de Menchaca y su cuñado Francisco Antonio de la Tijera,
que llegaría a ser gerente de la compañía CZ y, como vimos, albacea del Marqués
de Montana.
En el testamento de su tío,
fechado en 1766, se le menciona como “Presvitero
Beneficiado de la Parroquial de Señor San Marcos”, afirmando que lo había
criado “y me ha asistido por Espacio de más
de veinte años”. Por todo lo cual recibe una serie de legados por parte de
su tío. Sobre su biografía Repetto Betes aporta datos
interesantes. Así, sabemos que era doctor en teología y que incluso había sido
profesor en la Universidad de Osuna. En 1771 se convierte en racionero de la
Colegial jerezana y en diciembre de 1775 consigue el ascenso a canónigo. No nos
parece casualidad que sólo unos meses más tarde emprenda, como vamos a ver, la
compra de los distintos inmuebles sobre los que se asentará su vivienda, con la
que parece pretender hacer ostentación de su nuevo status, de la misma manera
que otros promotores de otras destacadas casas jerezanas del momento. Fue
administrador del Hospicio de Huérfanas y del Hospital de la Sangre. Murió el
19 de marzo de 1813.
Contamos con una serie de
noticias relacionadas con la fase previa a la construcción del nuevo edificio.
El proceso se inicia en 1776. Curiosamente, la suegra del ya citado Francisco
de Celis, y viuda de Pedro Agustín Rivero, Inés Beato de Rojas, le vende a
Francisco de la Tijera “unas casas con
ynclusion de unas Bodegas suyas” en la Plazuela de la Puerta de Sevilla,
junto al “lienzo de la muralla” el 1
de febrero de ese año. Por
otro lado, el 13 de septiembre se produce la petición al cabildo municipal del
propio Menchaca para derribar “una
escalera contigua a la muralla y sus casas Puerta de Sevilla”. Posteriormente,
el 3 de julio de 1777 De la Tijera firma una declaración a favor de su cuñado
en la que afirma que su compra del año anterior la hizo “a instancia, pedimento y persuacion del dicho Don Antonio de Menchaca
mi cuñado, y para el referido y con su propio Caudal y dinero”.
Días más tarde, el 6 de julio, Menchaca compra otra finca colindante con la
anteriormente citada. En la escritura se dice que dicha casa estaba situada en
la “Plazuela de la Puerta de Sevilla, que
hacen Esquina a ella y a la calle que va a la Parroquia de San Marcos”,
lindando “con el recinto de la muralla de
esta ciudad” y “casas del expresado
Don Antonio José de Menchaca que antes fueron de don Pedro Augustin Ribero”. Cuando
el 26 de abril de 1803 el canónigo venda la casa por 13.000 pesos a su propio cuñado
Francisco Antonio de la Tijera, hará constar que la “labré y reedifiqué en el terreno que ocupaban las dos fincas adquiridas”.
Todas estas referencias nos
hablan no sólo de la intención de construir una casa de mayores dimensiones,
sino también de crear una fachada de cierta entidad que ocupara uno de los
laterales de la plaza, gozando de evidente protagonismo urbano, lo que estamos
viendo que fue una verdadera preocupación por parte de arquitectos y promotores
de este tipo de edificios en estos años en la ciudad.
La casa estaría terminada el
mismo año de 1777, fecha que aparece grabada en el reloj de sol de la fachada.
Ciertamente, cuando el 20 de septiembre de 1778 hace testamento Menchaca, éste,
que en anteriores documentos aparece como vecino de la “calle de la Polvera”, ya se declara “vesino de la collasion del Señor San Marcos Puerta de Sevilla”,
aunque sorprende que no haga constar entre sus bienes su vivienda, sino sólo 24
aranzadas de viña y su librería o biblioteca.
Ya hemos dicho que en 1803 la
casa pasa a ser propiedad de Francisco Antonio de la Tijera. Con él de nuevo se
retoma la vinculación de la finca con la familia Rivero. Su yerno, llamado
Pedro Agustín Rivero de la Herrán, terminó quedando a cargo de su actividad
mercantil y será el padre del
célebre alcalde Rafael Rivero y de la Tijera, que terminaría dando nombre a la
plaza y cuyo monumento se sitúa frente al edificio donde vivió. En
1805, en el inventario de bienes redactado tras la muerte de De la Tijera, el
inmueble es valorado en 216.510 reales.
Hasta ahora, resultaba arriesgado
proponer una posible autoría para el proyecto arquitectónico de esta casa. No
obstante, la documentación que hemos localizado de la reforma que se efectuase
años antes en el palacio Carrizosa permite plantear la intervención en ambas de
Juan Díaz por las estrechas similitudes entre sus respectivas portadas.
En efecto, hoy podemos presentar
como una nueva obra documentada de Díaz de la Guerra la casa de los Carrizosa,
también conocida como del Barón de Algar. La información emana del testamento
de Rosa María Adorno de Guzmán Dávila y Spínola, viuda del veinticuatro Álvaro
López de Carrizosa Perea, fechado el 15 de marzo de 1775.
Por esta escritura sabemos que después de la muerte de su marido, acaecida en
1770, dicha señora quedó al frente de la administración de los bienes de su hijo primogénito,
Álvaro López de Carrizosa Perea y Adorno. Tras esto decide emprender una
importante reforma en el edificio. En concreto, en su última voluntad nos
indica que para “reedificar y hacer una
nueba obra en las Casas principales de mi avitacion”, situadas en la
collación de San Lucas, “calle de la
Liebre a la Jabonería”, solicitó una Real Facultad para obtener 41.505
reales, que se encontraban depositados judicialmente en Écija y que procedían de
un censo que su ayuntamiento pagaba al vínculo que fundó Juan de Perea y del
que era poseedor su hijo mayor. Sin embargo, añade, tras haberse “apreciado la obra que se necesitaba hazer”,
se fijó su coste en 95.000 reales. Por ello, Rosa María Adorno se vio obligada
a suplir de su propio caudal el dinero restante “por la grande utilidad que en ello se le sigue a los Poseedores que
fueran de dicho vinculo, teniendo casa desente y comoda con arreglo a sus
notorias circunstancias”, beneficiando, además de a su primogénito, “a todos sus hermanos en tener desentes
repartimientos y precisas diviciones para su avitacion, educacion y enseñanza,
de que al presente carecían por lo muy reducido de las viviendas”. Finalmente,
tras sacarse a subasta pública la obra, dicha señora nos informa que “fue rematada en Juan Díaz maestro de
Alarife de esta ciudad en cantidad de sesenta mil reales de vellón”.
De manera previa al inicio de los
trabajos, el 10 de octubre de 1772, Rosa María Adorno otorga sendas escrituras:
la primera de imposición de un censo sobre la casa y la segunda de obligación de
costear la referida parte restante del total del costo de la obra. En
el primero de estos documentos se dice que la casa estaba “compuesta de salas y oficinas bajas, pero con proporcion para
construir viviendas altas” y que habiendo sido “reconosidas estas por Peritos dicen que su Fabrica es antigua aunque
sus Paredes de buenos materiales pero de avitaciones bajas”. En este sentido,
se indica que la casa pertenecía a otro vínculo que estaba bajo la posesión de
su hijo, el fundado por Álvar Núñez Cabeza de Vaca en 1467,
lo que demuestra el origen medieval de la misma.
Por tanto, la reforma, que parece
estar finalizada en 1775, sería de gran envergadura. Debido a las diversas
transformaciones posteriores que ha tenido el edificio, la última de ellas en
los años ochenta del pasado siglo, el interior ha sufrido importantes
modificaciones. La amplia escalera que da acceso a la planta superior parece
corresponder a este momento pues hemos visto que toda la planta superior fue
levantada con la reforma. Se cubre con una cubierta de sección trapezoidal
decorada escuetamente con yeserías. Junto a escudos heráldicos, como los de
López de Carrizosa y Dávila, aparecen dos grandes florones vegetales entre
molduras de composiciones poligonales entrelazadas.
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Fig. 5 |
En cualquier caso, el elemento
más significativo fue, sin duda, la nueva fachada, construida en consonancia
con las de otras casas levantadas por esos mismos años en la ciudad. Aunque se
omite el usual soberado, mantiene la organización en torno a la monumental
portada pétrea de dos cuerpos y balcón de dinámica planta (fig. 5).
Por otra parte, resulta sugestivo
el trazado de la pequeña plaza que se dispone delante de esta fachada,
aparentemente, para otorgar mayor visión a esta, procedimiento tan del gusto de
la arquitectura jerezana de este tiempo. Aunque no podemos asegurarlo, en el
citado testamento de Rosa María Adorno ésta afirma que “he labrado en el tiempo de mi viudes unas cocheras y almacenes de
fabrica nueba frente de las Puertas
principales de las casas de mi avitacion”,
obra que parece relacionada con la de la vivienda y tal vez motivara la particular
configuración urbanística que acabamos de señalar.
A la luz de este hallazgo documental
podría comprenderse la elección de Díaz asimismo para dirigir la construcción
de la casa de Antonio José de Menchaca. No hay que olvidar la relación
profesional previa que el arquitecto había establecido con el propio Menchaca
cuando bajo la administración de este último dirigió una serie de reformas en
el Hospital de la Sangre entre 1774 y 1776.
Tampoco olvidemos la vinculación del cuñado del clérigo con el Marqués de
Montana, cuyo palacio fue también levantado por Díaz de la Guerra por esos
mismos años.
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Fig. 6 |
Del mismo modo, es posible
avanzar en el conocimiento de la obra de este, cada vez más interesante,
arquitecto jerezano, que se presenta ya con toda claridad como una figura clave
para entender la arquitectura doméstica jerezana de su tiempo. De hecho, la
fachada principal de la casa de Menchaca es una de las que presenta un diseño más
cuidado entre todas las que estamos estudiando. En la portada, el sacerdote le debió
de pedir a Díaz que repitiera el diseño de la de la casa de los Carrizosa, que
aquí se copia con sólo puntuales modificaciones que vienen a avanzar en una
mayor barroquización (fig. 6). De
esta manera, hace reposar todo el conjunto sobre un podio abombado que remite a
una obra del mismo arquitecto, la portada de la iglesia de San Francisco.
También añade dos cuartos de columnas a cada lado del cuerpo bajo y da mayor
plasticidad y movimiento a la moldura mixtilínea que bordea la puerta, que
llega aquí a quebrar el arquitrabe. Sobre el dintel de este vano y encima del
que se abre al balcón coloca además sendas cabezas de indudables recuerdos a
las que vemos en las esquinas exteriores y en las arquerías del patio de
Domecq. El segundo cuerpo es casi una repetición literal del visto en Carrizosa
pero llama la atención la mejor resolución de las dos volutas que sirven de
remate, cuya disposición oblicua o en perspectiva es un recurso que emplea Juan
Díaz en la pequeña y sobria portada de la fachada lateral del palacio Domecq
que da a la plaza Aladro.
4.
Una obra perdida: la casa de los Vargas en la plaza
de las Angustias
No queremos acabar este estudio
sin mencionar otra interesante construcción levantada en estos mismos años pero
que, lamentablemente, no se conserva. Nos referimos a la casa que se alzaba en
la esquina de la calle Corredera con plaza de las Angustias. En un trabajo
anterior dimos a conocer algunos datos sobre ella y planteamos la atribución de
sus trazas a Juan Díaz de la Guerra. De
este modo, ya sabíamos que en 1774 un tal José de Vargas, “labrador y Hacendado en esta ciudad”, se dirige al Ayuntamiento
indicando que “tiene en su propiedad en
la calle de la Corredera unas casas esquina que miran a las Angustias y lindan
por un costado con casas de Don Antonio Cabezas y por otro con las de Francisco
Cabral, las que intenta construir de nueva fabrica, para lo que esta
derribando, e inmediato a abrir cimientos”. Para ello pide que la calle se “acordele
conforme a ordenanza con las referidas casas principales”, señalando que la
finca preexistente “estava de figura
aguda y para que quedase perfecta la puso en figura quadrada”.
A partir de
esta información hemos indagado en el promotor de la obra, Diego José de
Vargas, logrando localizar nuevas noticias sobre él y sobre la edificación de su
casa a partir de la partición de sus bienes, fechada en 1781.
En primer
lugar, hay que decir que el inventario del cuerpo de bienes del difunto nos
presenta diversas propiedades agrarias y ganaderas, muy en la línea de lo visto
con Francisco de Celis, aunque en este caso se confirman ciertas inversiones en
el negocio de vino, recogiéndose 648 arrobas de vino de yema “en lías”, 208 arrobas de vino aguapié y
50 arrobas de vinagre.
El total de propiedades se sitúa en los 507.333 reales,
dentro del nivel medio ya señalado para los labradores.
Respecto a la casa, se recogen los
linderos ya mencionados más arriba, añadiéndose que a las espaldas daban a “bodegas y almacenes pertenesientes a las
cassas de este cuerpo”. El aprecio es llevado a cabo, de manera
significativa, por Juan Díaz, así como por el carpintero Pedro Letrán,
valorándose en 138.885 reales. Se indica, curiosamente, que el inmueble sobre
el que se construyó fue comprado a Juan Haurie el 13 de noviembre de 1773.
Cuando
Vargas muere el 22 de octubre de 1776 aún no se había concluido el edificio ni
se había llegado a trasladar a vivir a ella. Ello motivó que su viuda, Micaela
de Fontanilla, tuviera que afrontar la terminación de los trabajos de la nueva
casa, la cual se estaba “obrando al
tiempo del fallecimiento”. Las cuentas por la conclusión de la obra
aparecen recogidas en la referida partición. Comienzan el 25 de octubre de 1776
y terminan el 29 de agosto de 1777. Como ocurre con las que se realizan por la
conclusión de la casa de Celis, tenemos aquí también la desafortunada
circunstancia de que no se hace referencia en ellas de forma concreta al
arquitecto que dirigió la obra, recogiéndose sólo partidas por los jornales “del maestro de dicha obra, oficiales y
peones”. También se cita el trabajo anónimo de un herrero, un cerrajero, un
tallista, un pintor, un velonero o unos empedradores, estos últimos “para empedrar la jurisdiccion propia de
dicha casa”. Sí se constata la intervención del carpintero José Tejeda a
través de distintos pagos. Igualmente,
se apuntan por cada uno de los meses diversas cantidades de materiales, como
son madera, cal, yeso, hierro, “losas de
Génova”, ladrillos o “cantos”.
Asimismo, son curiosos algunos gastos, como los 120 reales por el “farol de la Virgen que esta en la esquina”
o los 2.310 reales por el “brocal del argive
y su conducion de Cadiz”. Junto
a ciertas obras de menor entidad en otras fincas de la familia, el costo de
todo ello alcanzó los 46.239 reales. El
traslado de los Vargas a la casa se produce finalmente el 24 de junio de 1777.
La casa fue derribada en la
década de los setenta del siglo pasado. Se conservan algunas fotografías del
exterior, destacando sobre todo la esquina, que ya fue reproducida en su día
por Sancho Corbacho y
que nos permitió relacionarla con las del Palacio de Villapanés por el similar
diseño de las hornacinas y plantear su atribución a Díaz de la Guerra.
A Juan Díaz lo hemos visto
apreciando de manera significativa el inmueble tras su terminación, lo que
permite seguir fundamentando su autoría. Recordemos además que la reforma de Villapanés,
cuyas obras consta que la estaba dirigiendo él a principios de 1776,
parece coincidir en el tiempo con las de la vivienda de los Vargas.
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Fig. 7 |
Y a los argumentos documentales
hay que unir los formales. De este modo, si en Villapanés son los arcángeles
San Miguel y San Rafael, aquí era una imagen de la Virgen la que presidía la
esquina, como la documentación prueba y el anagrama de María en el propio nicho
demostraba, aunque en algún momento fue sustituida por la cruz que se observa
en las referidas fotografías. El remate trilobulado y la ménsula curvilínea de
estas hornacinas permiten suponer la mano de un mismo arquitecto (fig. 7). Algo que también se manifiesta
en el dibujo de las molduras mixtilíneas que rodeaban los huecos de los
balcones principales que centraban las dos fachadas de la casa (fig. 8), que recordaban mucho a las
ventanas que Díaz trazaría para el palacio de Villapanés en el lateral de la
calle Cerro Fuerte.
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Fig. 8 |
Junto a todo esto, de nuevo,
encontramos la idea de buscar un papel protagonista para estas construcciones
en su inmediato entorno urbano, en este caso acentuando la decoración en las
esquinas. Es llamativo, en este sentido, que en ambos ejemplos sus respectivos
promotores solicitaran al cabildo municipal poder modificar ligeramente el
trazado de las calles para poder corregir el ángulo de dichas esquinas, tal y
como solicita el marqués de Villapanés en 1766 y
Diego José de Vargas en 1774. Ello prueba el indudable interés que los dos
tuvieron en cuidar el trazado de esta crucial parte de sus casas, enfatizándola
como punto de división entre calles y como generadora de teatrales perspectivas
barrocas.
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